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La próxima revolución será verde

 


A veces me sucede que pretendo escribir un buen artículo para impresionar a mis lectores y sacarles un like o un follow me (como reza en los letreros de los aparca-aviones), pero me quedo clavado frente al portátil sin saber qué tema tocar.

 El problema está en que al intentar encontrar respuestas a los mil sucesos interesantes de cada día, todos me llevan a una misma causa: el desconocimiento de nosotros mismos.

La búsqueda de este conocimiento no es nueva ni benigna, porque al justo y noble Sócrates le costó la vida y a muchos otros el exilio, la persecución o la tortura.

La enfermedad más grave que padece la humanidad, prácticamente desde que tuvo conciencia de sí es, precisamente, el desconocimiento de sí mismo.

La grandes preguntas son por este orden:

1. Quién y qué soy yo “verdaderamente” o “en realidad”. De dónde ha surgido mi personalidad y qué sentido u objeto tiene la existencia

2. Por qué la humanidad no hizo un frente común para afrontar las dificultades de la supervivencia y nos disgregamos en familias, tribus, pueblos, naciones y estados.

3. Qué es el Universo y a quién o qué podemos llamar Dios, que justifique su creación y nuestra extraordinaria naturaleza.

La primera pregunta es la fundamental, porque vivimos como dentro de una espesa niebla, que a penas nos permite apercibirnos de nosotros mismos y de las cosas como son en realidad, y tenemos la cabeza saturada de mensajes interesados o contradictorios, por lo que nunca vamos en línea recta, sino dando bandazos de un lado a otro de la calle.

“Conócete a ti mismo” es posiblemente la frase más usada del mundo, que normalmente la utilizan los que se desconocen a sí mismos, pero creen conocer perfectamente a los demás.

Por supuesto que yo formo parte de esa tribu de indecisos, Woody Allen no tiene la exclusiva mundial, pero cada día le exijo a mi recalentado cerebro que haga algo para que algún día pueda salir de esta bruma y contemplar la realidad tal como es: simple, lógica, razonable y verdadera.

Pueden pasar muchos días en que mi cerebro no haga caso de mis órdenes y se las pase por sus millones de inútiles neuronas y se conforme con serme de ayuda en la búsqueda de los ingredientes necesarios para un nuevo guiso; para la instalación de una complicada APP y, en casos extremos, en descifrar las claves ocultas en las facturas del teléfono.

Pero no conecta con fuentes de información, como la intuición, que solo él está capacitado, donde deben estar todas las respuestas.

Pero también tiene días buenos y se esfuerza por organizar su prodigioso mecanismo para despejar la niebla de mi mente.

Pero ¿cómo justificamos nuestra ignorancia frente a nosotros y de los demás? Simple: ¡A falta de certidumbres recurrimos a las opiniones basadas en las creencias! De manera que no sabemos prácticamente nada, !¡pero opinamos sobre todo! La opinión salva al ser humano de la locura de la duda, pero no de la ignorancia: Cuantas más opiniones tienes, más ignorante eres, porque la sabiduría consiste en transformar nuestras opiniones en certidumbres, fruto de una reflexión lógica y razonable o por una experiencia correctamente asimilada, es decir, entendida. Pero ésa es una tarea que la asumen científicos o filósofos, el resto tiene suficiente para ir por la vida con sus cientos de opiniones, más o menos estables, según sea el grado de conservadurismo en que se encuentre.

Leyendo estas reflexiones, muchos lectores habrán podido llegar a la conclusión de que los científicos y filósofos son los buenos y el resto lo malos, lo que es un grave error, porque sucede todo lo contrario: los científicos y los filósofo son los enemigos del pueblo, porque los pueblos no los gobiernan las certidumbres (léase la inteligencia), sino las opiniones (léase también, las creecias): Gobiernan quienes tienen más adeptos a su opinión. Ese es el fundamento y la función de la democracia. ¡Sin opiniones no se puede ser demócrata (y si no que se lo pregunten a Unamuno o a Ortega y Gasset o al mismísimo Platón), y no importa que sean absurdas, porque ¡todas las opiniones son respetables!

Evolución o revolución

Lo que prueba la experiencia no puede ser opinable, como no lo son las certidumbres lógicas y razonables (sin entrar ahora en las dificultades de la filosofía por la subjetividad de muchos conceptos). La ciencia y la filosofía tratan de dejar al ser humano libre de dudas y, por tanto, de opiniones. Por lo que no nos gobernaría la opinión, sino la experiencia y la razón...¡Y adiós a la democracia! Esta es la conclusión a la que han llegado muchos grandes filósofos, y los que han hecho una prostituida interpretación, todos los dictadores y tiranos de este mundo. ¿Qué ventajas o desventajas tendría sustituir la opinión (la democracia) por la experiencia (“cienciocracia”, que es la tendencia actual) o la razón (“ideocracia”, como pretende ser el comunismo). El progreso en general sería más rápido y equitativo, pero de peor calidad, porque la calidad en estos momentos la estimula y promueve la opinión.

Llegado a este punto de mi reflexión tengo que mencionar a alguien que no necesita un gobierno ni nadie que le diga si lo que hace es o no lo justo, porque su comportamiento es absolutamente verdadero, acorde con quien es, por lo que su conducta es irreprochable; alguien que no tiene ni una sola opinión, tan solo certidumbres; que no es el resultado de una decisión voluntaria y meditada ni de una determinada cultura en particular, sino por el instinto y la experiencia, que corrige ligeramente su conducta, pero sin que se altere su “personalidad” en lo esencial. Es obvio que estoy hablando de un animal, en concreto un simple gato doméstico, y aunque vive conmigo, no puedo decir que es “mi gato”, sencillamente porque yo no puedo ser propietario de algo vivo e inteligente, para quien la libertad es lo que le permite ser “él mismo”. No puedo reprocharle que de vez cuando me haga alguna trastada, porque no hace nada que no deba hacer, ¡y nunca cambiará de opinión porque, como ya he dicho, afortunadamente no tiene ninguna opinión! Todas su decisiones son verdaderas, como su instinto; es absolutamente “él mismo”, y se comporta como lo que es: un gato.

Pero su extraordinario comportamiento considero que tiene las mismas sensaciones, emociones e impresiones que yo: solo nos diferencia el tamaño y, sobre todo, la conciencia de sí. Él no es consciente de que es un gato, yo sí. Él no necesita una palabra que lo identifique, yo sí. Él no habla, pero expresa sus sentimientos y estado de ánimo con la modulación de sus maullidos, que tienen mejor respuesta que las palabras. Yo necesito escribir una novela para interpretar toda esa rica gama de registros con la ayuda de las palabras adecuadas. Pero la diferencia es que él no tiene ni idea de quién es y cómo debe comportarse, ¡yo sí!

Esta somera cita a un gato puede parecer inapropiada, sin embargo a mí me ha permitido abrir nuevas puertas a mi entendimiento que estaban atascadas, como por ejemplo el sentido y la dirección de nuestra evolución mental, espiritual y material como seres humanos.


Aunque, dados lo grandes conflictos geopolíticos actuales y el tremendo deterioro del medio ambiente, parezca contrario a la “opinión” general, tengo la suficientes razones para ser optimista y totalmente positivo sobre nuestra evolución.

No avanzamos en línea recta, sino a bandazos, y se aproxima el día en que daremos el próximo bandazo histórico, con cambios radicales en todo lo establecido, como consecuencia de una nueva y profunda revolución en Occidente (no creo posible que se produzca por evolución, ¡no somos tan inteligentes ni tan previsores!), pero que afectará al resto del planeta ¡gracias a la globalización!

Las razones de mi optimismo son estas: Desde que fuimos “arrojados del Paraíso”, es decir, dejamos de ser animales inconscientes y movidos por el instinto y adquirimos la conciencia, abandonamos nuestro estado natural para iniciar un estado fundamentado en una frágil cultural, articulada por nuestra capacidad del habla. Era como caer en un abismo sin un fin previsible. Había que crear leyes precarias y deficientes en sustitución de las milenarias leyes de la naturaleza. Teníamos que hacer frente a la subjetividad propia de nuestro lenguaje y conseguir que todos interpretáramos las palabras con el mismo sentido. Regular la procreación creando la familia, la tribu, la nación y el estado, con el intención de tener controlados los pensamientos y el sentido de las palabras que surgían de esos pensamientos, es decir, su “opinión”.

Durante siglos la opinión, si era contraria a la opinión del poder, religioso o secular, era violentamente castigada y reprimida. Fueron los filósofo, primeros los griegos y después los de la Ilustración, quienes aportaron a la opinión pública los argumentos para la creación de parlamentos populares donde se derogasen las leyes represivas, y levantaron tantas ilusiones entre el pueblo llano que tuvieron la suficiente fuerza para derrocar una monarquía que se creía establecida por voluntad divina. La Iglesia también pagó su precio, por vender al pueblo esta idea.

Tanto la “revolución” de las ideas, iniciada por Platón, la metódica de Descartes, como la revolución política y social emprendida por los filósofos de la Ilustración y apoyadas por sus más destacados artistas, estaban motivados por la utopía de ver a los seres humanos de nuevo en el Paraíso perdido!

La historia no la impulsa la violencia ni la razón, sino la pasión, que surge por una emotiva reacción a la violencia o a los argumentos que inflaman la imaginación del pueblo, y despiertan el anhelado deseo de felicidad que esperamos de la vuelta al Paraíso perdido. Es ese deseo irrenunciable y profundamente arraigado en el ser humano, el que impulsa todas las revoluciones que han cambiado la Historia.

La próxima generación ya no podrá resistir más esta presión.

La gigantesca muralla de protección contra esta utopía se está intentando reforzar con una revolución tecnológica impresionante y espectacular, pero camina en una dirección contraria a la utopía del Paraíso, y buena parte de ella caerá hecha pedazos, de la que solo se salvará aquella que pruebe que camina en la misma dirección.

Al ritmo actual de destrucción, no solo del medio ambiente, sino de la personalidad, la próxima generación se encontrará con un mundo con grandes ecosistemas fundamentales para el soporte de la vida al borde del colapso. El gran hermano agazapado en las redes sociales, manipulará la opinión publica hasta convertirlos en adeptos al consumo masivo de bienes innecesarios. Las centrales nucleares estarán al límite dde su tiempo de explotación, con un mayor riesgo de accidentes. 

Las millones de toneladas de residuos radioactivos almacenados en contenedores con cien años, empezarán a tener fisuras, envenenando acuíferos y las zonas agrícolas que los utilizaban. La sobre-producción de vehículos (algunas factorías producen más de mil vehículos por día), colapsará el tráfico las ciudades y principales vías de comunicación. El creciente número de desplazados a largas distancias y la importación y comercio de productos fabricados a grandes distancias, hará que se tripliquen los vuelos y se construyan nuevos aeropuertos que, sumados a la previsible saturación de las autopistas, el silencio será una experiencia sensible del pasado.

Sería interminable la lista de los efectos negativos que legaremos a las futuras generaciones. La consigna que mueve este destructivo sistema actual es este: “Nosotros te proporcionamos satisfacción, la felicidad es asunto tuyo” ¿Pero cómo ser felices si no nos dejan soñar? La felicidad es una emoción del alma, mientras que las impresiones de la mente y las sensaciones del cuerpo carecen de emociones, solo placer o alegría. Para ser felices es necesario imaginar algo que nos emocione. Y la sugestión que nos causa la idea del Paraíso es la fuerza que mueve la humanidad a la perfección natural, sin que haya excepciones, pertenezcan a unas u otras culturas.

Es evidente que todas las doctrinas basadas o no en la existencia de Dios, han promovido esta misma idea desde hace siglos, pero su lenguaje, su retóricas y sus fantásticas e incomprensibles metáforas son obsoletas y carecen de la necesaria fuerza de convicción. Las iglesias y sus doctrinas solo sobrevivirán si hacen causa común con esta inevitable revolución, de otro modo correrán la misma suerte que el resto de las organizaciones políticas, económicas o sociales que soporten la situación actual.

¿Cuándo y cómo se producirá esta nueva revolución? Con toda probabilidad durante la próxima generación o la siguiente. Pero para que se produzca y tenga éxito tienen que darse unas condiciones básicas difíciles de alcanzar, de otro modo será una más de las explosiones sociales efímeras y sin mayores consecuencias, como fue Mayo del 68 o las más recientes movilizaciones de los “Indignados”.

En primer lugar, asumir que no se trata de una revolución social que afecte a las personas, sino de una revolución personal que afecte a la sociedad. Lo que tiene que reformarse es la persona, ye esta nueva persona reformará con sus iniciativas su sociedad. Tampoco se trata de crear una sociedad perfecta, sino de una persona consciente de sí misma y con mejores o peores cualidades, edad, sexo o aspecto físico, que obre en consecuencia, sin engaños ni apariencias ni vanidades clasistas ni prepotencia machista o feministas, sin arrogancia ni soberbia, sino como un simple ser humano consciente y responsable de sí mismo. En otras palabras, ¡una persona!

Deberá asumir la renuncia a muchos bienes innecesarios, adoptar una alimentación que no sea a costa del maltrato de animales criados para ser brutalmente sacrificados; adoptar un estilo de vida que no sea derrochador e irresponsable con su entorno, en cuyo cuidado y protección deberá participar activamente, asi como en la toma de decisiones que afecten a su comunidad, y que tenga el suficiente juicio como para no necesitar un Gobierno sino simplemente un Gestor. Estas y otras muchas cualidades que debe tener la mayoría, no será fácil alcanzar ni en una ni en dos generaciones.

En cuanto al coste social de esta previsible revolución, será abrumador. Solo el cierre de todas las centrales nucleares provocará una drástica reducción en la producción de electricidad, que afectará a la economía en general, que entrará forzosamente en una profunda recesión. Esto lo tendrán en cuenta los promotores de la revolución. Para crear un modelo social radicalmente nuevo es preciso que colapse el viejo. Para terminar con las especulaciones bursátiles, es preciso que todos sus valores se hundan. La depresión sumada a la pérdida de valor de las empresas. Esta profunda crisis dejará al Estado sin capacidad financiera para hacer frente a la situación que crearán los millones de desempleados y todos los que requieren asistencia social. Como ya hemos dicho que esta no será una revolución social, sino personal, la solución a este grave problema debe surgir de las iniciativas solidarias de cada persona en particular, con una masiva movilización del volutariado.

Solo cuando se hayan destruido todas las estructuras basadas en la especulación, los privilegios, la competencia desleal, la corrupción de la democracia y la destrucción o contaminación del medio ambiente, se podrán crear las nuevas propuestas de la revolución, basadas en la simple premisa de que la economía está para servir a los seres humanos y no los seres humanos para servir a la economía.

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