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¿Debe el filósofo racionalizar los sentimientos? ¿Definir el amor no es quitarle su encanto? ¿No será mejor dejarlo como un sentimiento indefinido?
 

Antes de intentar definir el amor me pregunto si con ello no estaré contribuyendo a la monstruosidad de descubrir el misterio de un sentimiento cuyo mayor encanto está precisamente en no descubrir su misterio.

La pregunta en todo caso es ¿tiene el amor una causa concreta?, y si la tiene, ¿de qué sirve conocerla? Quien está enamorado no necesita saber la causa, y quien no lo está, el saber la causa no le ayudará a enamorarse. La única utilidad que le encuentro a tratar de explicar las causas del amor es evitar que por desconocerlas no entendamos verdaderamente la razón de nuestros sentimientos, y el amor mal entendido pueda trocarse en odio, lo que sucede con demasiada frecuencia.




Por esta razón entiendo que vale la pena arriesgarse, pues el amor, a diferencia de la amistad, no es un sentimiento tan inicuo y bondadoso como se cree, antes bien es egoísta, apasionado e incluso violento, y cuando nos decepciona y se trueca en odio, es tremendamente destructivo, por lo que vale la pena saber algo más sobre sus causas, no solo para disfrutar mejor sus benéficos efectos, sino para evitar la tremenda amargura que puede causarnos su desconocimiento.




Una definición




Definir el amor es asombrosamente simple: El amor es la atracción de lo desconocido. Es decir, amamos aquello que nos atraer sin saber su causa, porque si la supiéramos cesaría el amor para convertirse en amistad, que es la atracción por lo conocido, o la simpatía. Por esta razón el amor es la fuerza que mueve el mundo. El de la religión por el amor a un Dios desconocido; el de la filosofía por el amor a una verdad desconocida, y el de la ciencia por el amor a una naturaleza también desconocida.




La extraordinaria fuerza del amor radica precisamente en el hecho de que al desconocer la causa de la atracción podemos imaginar o idear la que deseemos y nos cause mayor felicidad y alegría, por lo que el amor, en realidad, es una expresión imaginativa e ideal de nuestro amor propio, por eso decía que era egoísta y apasionado. Pero vayamos por partes.




Pero el amor propio es también una falsa presunción. Puesto que es el resultado de lo desconocido que nos atrae de nosotros mismos, y solo podemos tener la certeza que nos trasmite el instinto, la fe y la intuición. Pero estas certidumbres son demasiado ambiguas y, finalmente, adoptamos los comportamientos sexuales, morales e ideológicos que están admitidos dentro de nuestro entorno cultural, tomándolos como propios. Como sentenciara Gasset: Yo soy yo y mi circunstancia.




Como todo lo que se refiere al ser humano, también el amor tiene tres contextos: el físico, el espiritual y el mental. El amor físico es sensual, el espiritual es emotivo y el mental es impresionable. El amor físico causa placer, el espiritual felicidad y el mental alegría. Un ejemplo de amor sensual está en las relaciones eróticas de una pareja, del espiritual en el amor materno y del mental el amor de un intelectual.




En el primer caso el ser amado se siente, en el segundo se imagina y en el tercero se concibe. En los tres casos el desconocimiento de las verdaderas causas del amor se sustituye por el deseo de nuestro amor propio; es decir, reducimos el ser amado al instrumento de nuestro deseos, sueños o ideales, haciendo de él una réplica de nosotros mismos y esperamos que se comporte como lo sentimos, imaginamos y concebimos, ¡lo que es imposible! Por esta razón el amor es necesariamente decepcionante.




El amor sexual




Como el amor es una atracción desconocida también el objeto del deseo nos es desconocido, y el amor sexual se traduce en la búsqueda de la satisfacción personal según nuestra propia sensualidad. Para ello elegimos la persona físicamente más atractiva para nosotros esperando de ella el mismo comportamiento erótico y sexual que el nuestro.




Como el amor es egoísta, no admite un comportamiento generoso que se preocupe más por la satisfacción de nuestra pareja que por el personal. Para ello sería necesario que entre la pareja además de amor hubiera amistad, pues solo la amistad es generosa y sacrificada. El amor sexual sin amistad, es decir, sin cariño, es en realidad una masturbación compartida.




El amor espiritual




En este caso la atracción no es física sino emotiva o anímica, y está inspirada por la fe, pero como no tiene una causa conocida, tomamos como excusa el ser amado para recrearlo en nuestra imaginación con nuestras propias cualidades personales, lo que nos colma de felicidad, pues lo hemos convertido en el amante soñado. Estar enamorado es contar con la colaboración de alguien para dar rienda suelta a nuestra fantasía. Por esta razón el desamor y el desencanto son inevitables.




Los castellano hablantes, idioma idóneo para la filosofía, no utilizamos apenas la expresión “te amo”, porque nos parece demasiado fatua y grandilocuente, incluso sospechamos que es egoísta, sino la expresión “te quiero”, no en sentido posesivo sino afectuoso, porque expresa una forma de amar menos egoísta y más generosa o “cariñosa”, cercana a la amistad. Los ingleses con su I love you reconocen que es un sentimiento fatuo, ciego y temporal, infatuation.




También el amor materno tiene su lado perverso, pues la madre ama a su bebé por la tierna emotividad de su imagen y porque, como lo desconoce totalmente, lo imagina enteramente según sus deseos, y la prueba es que procurará educarlo según sus propios valores. A la larga el amor de madre se convierte en un auténtico lastre para el hijo, a menos que se someta o surja la amistad entre ellos, y el cariño sustituya al amor.




Los animales no se aman entre sí ni aman a sus crías, pues no imaginan ni conciben, simplemente las protegen, pero las rechazan tan pronto como se valen por sí mismas. Algunos animales con limitado entendimiento son capaces de concebir la amistad. A propósito de animales, también el amor a los animales tiene las mismas causas. Si tenemos tendencia a la fidelidad y la nobleza amaremos a los perros, si tendemos a la libertad y a la inconstancia amaremos a los gatos, etc. También los utilizamos para expresar nuestro amor propio.




En cuanto al cristianismo, como teología se fundamenta en el amor a Dios, pero como filosofía se basa en los valores generosos y altruistas de la amistad. El místico ama a Dios siempre que Dios sea como lo imagina y colme sus deseos de perfección moral. La prueba es que solo ama al Dios de su propia confesión religiosa.




El amor ideal



En este caso no nos mueve ni el instinto ni la fe sino la intuición. El ser amado que deseamos y nos emociona ahora además nos impresiona. Pero como estamos cegados por el amor y no damos tiempo a conocer sus causas, por eso es amor, nosotros mismo llenamos el vacío otorgándole la forma de ser idéntica a la nuestra, otra vez el amor propio, de manera que damos por hecho que comparte nuestras opiniones, inquietudes sociales, ideas políticas, etc. Naturalmente que por muy intuitivos que seamos, nuestra idea del ser amado está también condenada al fracaso y a la frustración.




La popular variable del amor platónico es una abstracción imposible, que prescinde del cuerpo y del espíritu, cuando el amor real entre un hombre y una mujer, se entiende, es siempre el resultado de los fenómenos psicológicos que suceden al deseo. Y en esta aseveración no estoy copiando a Freud aunque coincidamos.




Conclusión




El amor es ciego y por esta razón está condenado a tropezar y decepcionarnos, pero si aún así persistimos en vivir enamorados, es suficiente con no darnos a conocer nunca totalmente y aceptar con generosidad y cariño ser utilizado por nuestro amante para alimentar su fantasía e idealismo, de manera que no solo sigamos siendo atractivos por ser desconocidos sino que no la desilusionemos.




Lamentablemente los hombres dan más prioridad al amor físico que al espiritual, mientras que las mujeres, que son más imaginativas, ponen más énfasis en el amor espiritual, guiándose más por la imaginación que por el instinto para elegir a sus amantes. En realidad casi podemos decir que los hombres, más propensos al idealismo que a la imaginación, no aman sino que quieren y desean; es decir, más que el amor de una mujer lo que buscan es su sensualidad y su cariño.



Aristóteles, que nos ha dado suficientes muestras de su inteligencia discursiva, cometió sin embargo muchos errores de juicio, como el asegurar que si todos los seres humanos nos amásemos no harían falta las leyes, porque sucedería precisamente todo lo contrario, ya que un mundo de amantes sería simplemente una locura de pasiones egoístas y tremendamente destructivo. A los seres humanos y a los pueblos no les une el amor sino la amistad.




Afortunadamente, cuando aceptamos a las personas tal y como son, el fuego del amor pasa y de sus rescoldos puede nacer la amistad, sin deseos egoístas, fantasías irreales e idealismos falsos. Si tenemos la suerte de encontrar un amigo donde antes había un amante, la propia amistad nos devolverá de nuevo un amante más generoso, guiado más por el cariño que por el amor, pues la generosidad y el cariño de la amistad nos permitirá hacer los sacrificios necesarios para recrear siempre que sea necesario las fantasías del amor.





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