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El extraño caso del librero de Schöneberg

Herr Karl Hellermann tenía una pequeña librería de antiguo en el barrio berlinés de Schöneberg, no muy lejos de la plaza del Ayuntamiento. Gozaba de gran reputación. Poseía una buena colección de libros de gran valor y hasta se decía que guardaba para su propio deleite un incunable publicado en los albores de la imprenta, en la noble ciudad de Halle.

No tenía otra distracción que sus libros y su vida sentimental quedó truncada con el fracaso de su primer amor, que nunca superó. La amante desleal se llamaba Margarita y prefirió a un obrero metalúrgico que a un estudiante de filología alemana, cuya salida laboral ella no entendía. La verdad es que ni él mismo supo la razón por la que se enamoró de semejante mujer, pero, aún así, todavía la respetaba.
No tenía mayor placer que abrir cajas de libros procedentes de sus eventuales compras de librerías familiares, por ver si aparecía algo especial. La última compra había sido reciente y estaba por abrir. Se trataba de la librería familiar de Frau Jutta Heiser, una anciana viuda reciente, que se había visto obligada a trasladarse a un pequeño estudio en la zona norte, en Reinickendorf, un lugar más tranquilo que la ruidosa Postdamerstraße, donde vivía con su letrado marido.
—Mi pobre Rudolf le tenía mucho afecto a sus libros, tanto que los tenía guardados con llave y no me dejaba ni limpiarles el polvo. Sentía pasión por Goethe. Si mira por ahí verá que deben de estar todas sus obras.
—¿De qué murió su pobre marido?
—A decir verdad, no lo sé. Me lo trajeron a casa frío como un fiambre. Parece que debió darle un ataque en la Biblioteca, que salía visitar los viernes hasta las tantas.
—Las bibliotecas las cierran a las cinco.
—Pues la suya sería alguna especial, ¡qué se yo! Ya le digo que era un gran devoto de los libros, ¡sobre todo los de Goethe!
—Ya entiendo...
Revisó la primera caja y no vio nada especial, pero de cada libro que hojeaba caía algún grabado o fotografía, eróticas, desde luego, lo que le hizo comprender las causas de su muerte y el celo por sus libros.
En efecto, estaban todas las obras de Goethe, y por fin Herr Hellermann encontró algo de relativo valor: una edición del «Fausto» de 1848, pero con una dedicatoria fechada en 1914. «A mi querido Rudolf, para que no se olvide de su Margarita, y de que ha vendido su alma al diablo».
Hojeó con cuidado el libro, porque sin duda que debía de haber una foto de la tal Margarita y sentía verdadera curiosidad por conocer aquella mujer, que había sido capaz de condenar tan alegremente a uno de sus amantes.
En efecto, en la página 186 apareció el grabado de una tal «Margaretha Geertruida Zelle», alias «Matha-Hari».
No era el grabado habitual de los libros de historia, sino uno más privado y personal, tal vez dedicado al tal Rudolf, aunque las fechas no le coincidían. La Mata-Hari posaba completamente desnuda, mas habitual en ella que vestida, con dos botones que cubría púdicamente sus dos pezones. ¡Algo tenía que cubrirse!
«¡Buena hembra!», se dijo Herr Hellermann para sus adentros, «No me extraña que tantos hombres perdieran la cabeza por ella. ¡Hasta yo vendería mi alma al diablo por pasar una noche con semejante mujer!».
—¡Eso tiene fácil arreglo! —dijo una voz que Herr Hellermann interpretó como surgida de su subconsciente, pero que no era sino el fruto de su imaginación.
—¡Puedo ofrecerte una semana entera!
—¡Bah, imaginaciones mías! ¡No te dejes sugestionar, Karl, estas cosas suceden a cierta edad!
—¡No; en serio! Hasta una semana y sin problemas con los autoridades francesas y alemanas.
—¿Una semana con Matha Hari por el alma de un honrado librero berlinés? ¡Demasiado barato!
—Está bien, veo que como buen tendero sabes negociar. ¡Te ofrezco todo el tiempo que quieras!
—No creas que caeré tan fácilmente, pero ya que te empeñas, que la Matha-Hari se presente ahora mismo aquí en mi tienda y ya hablaremos.
—Las cosas no funcionan así tienes que ser tú el que vayas a su época. ¿Qué te parece Berlín en 1914?
—¡Acepto! Siempre he deseado vivir en Berlín de principios de siglo.
Como por encanto las paredes de la librería empezaron a desvanecerse e instantes después se encontraba en un famoso cabaret de la Friederichstraße, en los primeros días de agosto de 1914, donde la Matha-Hari actuaba ofreciendo uno de sus exóticos bailes orientales de su invención.
Terminada la actuación, la bailarina en persona se presento en su reservado y sin muchas presentaciones se rindió prácticamente a sus pies. Mefistófeles observaba la amorosa pareja desde un discreto lugar, y lo más asombroso es que para no desentonar, Herr Hellermann había recuperado su lozana juventud.
La pareja disfrutó de todo cuanto la naturaleza puede dar a un hombre y una mujer, recomendados por el mismo diablo, naturalmente respetando sus responsabilidades de doble espía, que requerían ciertas ausencias que aprovechaba Herr Hellermann para visitar las librerías berlinesas de entonces, su otra pasión.
Como la situación se ponían fea en Berlín, viajaron a España, donde su pasión amorosa se vio estimulada por los encantos propios de este país, en especial por la sangría. Pero las cosas empezaron a cambiar cuando los celosos franceses sospecharon de la Matha-Hari, no sin razón, pues su cuenta bancaria estaba tanto en francos como en marcos, por lo que era evidente que cobraba de ambos bandos.
En un descuido imperdonable, Matha-Hari fue a recoger su paga habitual a las oficinas del Elíseo y fue detenida, junto son su apasionado amante, Herr Hellermann, que siempre la acompañaba.
El juicio casi no fue necesario y se acordó su fusilamiento casi por unanimidad. El 15 de octubre de 1917 (tres años duraba la el romance de Herr Hellermann con la Matha Hari), ambos fueron conducidos ante el pelotón de ejecución:
—¡Pelotón, armas al hombro! ¡Apunten!...
—¡Herr Hellermann, Herr Hellermann!
—¿Quién?... ¡Ah, sí; voy, voy; le atiendo en seguida! —Herr Hellermann estaba sudoroso y agitado, pero reaccionó y atendió a su nuevo cliente—. ¡Gracias a Dios que sólo ha sido un sueño!
—¡No mencione a Dios en estas circunstancias! —dijo el recién llegado—. ¿Es que no me reconoce? ¡Soy Mefistófeles, y vengo a por su alma para llevármela al infierno! ¡Por cierto, que fue un gran fusilamiento!
Herr Hellermann no se lo explicaba.
—¡No es posible; esto no me puede estar pasando a mí!
—¡Eso me dije yo en 1917, y aquí estoy por tonta! —comentó malhumorada la Matha-Hari.
Hace más de un año que Herr Hellermann está en el Infierno, pero su experiencia de librero le sirvió de atenuante y fue nombrado responsable de la biblioteca personal de libros malditos y prohibidos de Mefistófeles, donde había algunos ejemplares verdaderamente interesantes.

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